Calle San José nº 8. Joaquin Pérez Rico

Calle San José nº 8

En los últimos días de la vida de mi padre, viejo ya y con sus piernas paralizadas, solíamos llevarle mi madre y yo en una silla de ruedas hasta esa ventana que sobre el portón del parador de mi casa da a la calle antiguamente de los Huertos, hoy del Maestro Don Joaquín.
Des de allí, después de cruzar de punta a punta la casa, yendo de sus habitaciones al granero, veía mi padre pasar a la Virgen en procesión los ocho de setiembre de cada año. Lloraba mi padre, mi madre rezaba, ambos conmovidos y arrodillados sobre el blanco piso de yeso.
El pasado año acompañé a la Virgen por las calles de Monóvar y pasé con Ella frente al portón y la ventana cerrados. Escribí estos versos:

Pasa la virgen mía

frente a mi casa

sus portones cerrados

y la ventana.

Sus muros se han hundido

secado el huerto.

El naranjo, los lilos

y el jazminero.

¿Te acuerdas de mis padres

y su morada,

en donde tu eras Madre,

la soberana?

¡Ay Virgen del Remedio!

¿Que ha sido de ellos?

¿que será de nosotros?

un día de estos?

Se acerca la vendimia

llega el otoño

y me encuentro sin trigo

flores ni mosto.

Pasa la Virgen mía,

baja mi calle.

A lilas, jazmín y azahar

trasciende el aire.

Mi familia ha estado unida durante estos cuatro últimos siglos a la historia de Monóvar. Algunos de los muchos documentos que poseo permiten seguir la vida de muchas familias por las distintas calles del pueblo durante diferentes épocas.

En muchas de esas casas, que en otras ciudades hubieran podido pasar por algo mas que mansiones solariegas, han vivido sus intensas vidas mujeres y hombres interesantes por su saber, su poder, la riqueza de sus valores humanos y el temple de su espíritu.

¡Como me gustaría poder escribir la historia de algunas de estas casas, joyas de la arquitectura cívico-rural levantina hoy en ruinas, cerradas, abandonadas y silenciosas.

Bajo el peso de esta carga de emociones escribí ese mismo ocho de setiembre estas letrillas:

Tengo en casa dos patios

con una fuente,

dos enormes palmeras

en donde duermen

mas de mil gorriones

cómodamente.

Dos salones de baile,

cuadras, bodegas

mas de cuarenta estancias

y una escalera

con tabicas floridas

y rojas huellas.

Por salitas y salas

vagan la sombras

de diez generaciones

de negras togas

fagines y birretes

de bellas borlas.

Las campanas cercanas

con voz de plata

cruzan la calle

y llegan a mi ventana

batiendo el puro aire

con sus mil alas.

Misteriosa y tranquila

la biblioteca,

puertas de cuarterones,

fina maderas,

libros de muchas artes

y muchas ciencias.

La grandeza del mundo

historias, cuentos,

poesía, ensayos

los vericuetos

de mil vidas de esfuerzo

y sufrimiento.

Por todo vaga siempre,

mi dulce madre

tu figura encorvada

que fue tu talle

ayer airoso, esbelto

frágil mas tarde.

Ay vencejo vencejo

que el cielo hiendes,

el azul desleído,

y el bosque verde

cazador de insectos

y amaneceres.

Como yo soy labriego

y algo poeta

gusto el mosto, el aceite,

la hierba buena

y el cocer tortas bobas

y madalenas.

 

Que también hay en casa

horno de leña,

amasador de pastas

y chimenea

donde dorar al fuego

lo que se quiera.

En las noches de invierno

nos divertía

asar sobre las brasas

mil chucherías

contar viejas historias

y fantasías.

Arde el pino oloroso,

chisporrotea

y con las chispas huye por la azotea

siglos de bosque virgen

y viejas cepas.

Nadie en la calle mía

me reconoce

dos palomas se arrullan

la vida corre

llamo suave a la puerta

nadie responde.

¿Donde va mi galera?

sus percherones

baten la espesa niebla

la oscura noche

y veloces se pierden

siempre al galope.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.