TOMÁS MAESTRE PÉREZ.
¿Pueden creerse que el monovero más universal, Azorín, y el más científico, el doctor Maestre, coincidieran en algo tan distante de su profesión como la lucha contra la pena de muerte?. Pues, aunque a priori suene un tanto extraño, así sucedió, concretamente, en 1905.
Tomás Maestre Pérez, natural de Monóvar, en cuya calle del Triunfo nació el 18 de mayo de 1857, emprendió – en calidad de Catedrático de Medicina Legal y Toxicología en la Universidad de Madrid -, una fructífera campaña en defensa de Juan García Moreno y su hijo Eusebio, acusados de haber asesinado, en Mazarete, a su pariente Guillermo García, vecino de Mantiel, conocido vulgarmente con el apodo del Aceitero.
La defensa de estos inocentes, condenados a la pena capital, comienza, el 26 de agosto de 1904, con un artículo titulado «Un error judicial», publicado por nuestro coterráneo en El Liberal de Murcia. Tan pronto como apareció el artículo epigrafiado, el Diario Universal, El Imparcial, Heraldo de Madrid, Correo Español, El País, El Globo y casi toda la prensa madrileña se unieron, con sendas editoriales, apoyando la defensa desinteresada del doctor Maestre.
Además de la prensa, diversas personalidades – entre quienes figuraban Gumersindo Azcárate, J. Ruiz-Jiménez, Miguel Fernández, José de Canalejas, Jacinto Octavio Picón, Calixto Rodríguez, A. Miquis y El Licenciado Vidriera -, se adhirieron a la noble causa, dirigiendo epístolas a los periódicos. Sin embargo, todo fue en vano. El Tribunal Supremo falló, el 19 de enero de 1905, afirmando: «Debemos declarar y declaramos no haber lugar a los interpuestos ni al admitido de derecho en beneficio de Juan García Moreno ni Eusebio García Valero».
Pese a este revés, el Dr. Maestre no se dio por vencido y emprendió, con más fuerza si cabe, su empresa en pro de dos hombres, simples labriegos, a quienes él consideraba inocentes a todas luces. Para demostrarlo, comenzó impartiendo una conferencia en el salón de actos del Ateneo de Madrid, el 21 de febrero de 1905. Esta alocución fue el detonante de una masiva protesta de la prensa nacional, como consecuencia de la evidente condena a muerte de dos inocentes. Al día siguiente de su intervención en el Ateneo, El Imparcial promulgó un extenso artículo elogiando a nuestro paisano y afirmando que el mismísimo párroco de Mazarete había invitado al Sr. Maestre a perseverar en su empeño «pues tiene la convicción de la inocencia de Juan García y de su hijo». De igual modo se expresaron El Liberal, El País, El Correo Español, El Globo y El Diario Universal, quien aseguró, incluso, que «un grupo de estudiantes de Medicina y parte del público que oyó la conferencia acompañó al Sr. Maestre hasta su casa aclamándole y aplaudiéndole. Un amigo del Catedrático se asomó al balcón de la casa del doctor para dar las gracias a los quinientos manifestantes, que se retiraron con el mayor orden».
Animado por la respuesta de la prensa, alumnos y público en general, Maestre confeccionó un memorial agrupando todo cuanto había acontecido en la causa de Mazarete, dirigiéndose a las Cortes Españolas y exponiendo las pruebas que, a su juicio, demostraban la inocencia de dos seres condenados a la pena de muerte por un terrible error judicial. Respetuosamente, informó a las Cortes indicando: «la justicia oficial no ha podido deshacer la fatal equivocación que pone a dos seres sin culpa en las manos del verdugo, y el atropello de dos hogares, la degradación de dos honras, la pérdida de la libertad de dos hombres, el emplazamiento de dos vidas, están aún sin subsanar, y la ley escrita no halla camino ni modo por donde la rehabilitación de dos víctimas pueda hacerse. Sólo las Cortes soberanas, con su poder augusto y omnímodo, tienen potestad en este caso para volver por los fueros de la verdad y remediar un daño injusto, hijo de la equivocación involuntaria de los mortales. Los Representantes de la Nación, entre sus altas atribuciones, tienen la altísima de velar por la salud del pueblo, y nada enferma tanto la conciencia social como la inmoderada aplicación de la Ley, aunque esto sea hecho con la voluntad más plausible y el celo más desinteresado».
Tras enunciar las conclusiones provisionales del fiscal de Guadalajara, artífice de la condena, Maestre comparó el Código Penal de España con el Código de procedimiento Criminal de Alemania, aclarando que el fiscal se equivocó al pedir la pena de muerte en garrote vil para los dos campesinos, pues «el Aceitero de Mantiel fue un pobre suicida, un desventurado loco que se pegó un tiro»; por lo cual pidió y consiguió de las Cortes no sólo el perdón, sino la honra y la libertad que les habían quitado, con una revisión de la causa.
Todo esto queda recogido en un volumen del doctor Tomás Maestre denominado «Dos Penas de Muerte» que, en nuestra opinión, influyó decisivamente en José Martínez Ruiz, a quien le dedicó un ejemplar con estas palabras: «A mi paisano, amigo y escritor eximio Martínez Ruiz (Azorín), en testimonio de mi cariño». Y pensamos así porque ese mismo año de 1905, Azorín publicó «Los Pueblos», donde aparece esta temática en el capítulo dedicado al Buen Juez. En él se ve, claramente, cómo la idea de la pena de muerte empieza a debatirse en el interior del prosista monovero: Don Alonso, personaje que encarna el juez, dicta una sentencia apartándose de la ley, pero con arreglo a su conciencia, a lo que creía justo en ese caso. Para él, «el espíritu de Justicia es tan sutil, tan ondulante, que al cabo de cierto tiempo los moldes que los hombres han fabricado para encerrarlo, es decir, las leyes, resultan estrechos, anticuados, y entonces, mientras otros moldes no son fabricados por los legisladores, un buen juez debe fabricar, para su uso particular, provisionalmente, unos moldes chiquitos y modestos en la fábrica de su conciencia».
Este pensamiento torna a mostrarse cuando Azorín, Unamuno y Valle-Inclán intentaron salvar, en 1935, la vida de veinte presos amotinados en la prisión de Oviedo. Igualmente, Azorín – junto a Marañón, Domenchina y Pérez de Ayala -, lucharon firmemente por proteger de la pena de muerte al escritor y periodista Antonio Espina, colaborador de «Revista de Occidente» y de «El Sol», quien, por azañista y gobernador civil de Baleares, fue encarcelado, en julio de 1936, por el bando nacional.
Se asegura, asimismo, que Azorín medió para evitar la muerte de José Antonio Primo de Rivera y de Rafael Sánchez Mazas. Aunque tenemos nuestras dudas en el caso de José Antonio, no dejamos por ello de reconocer la fina sensibilidad, valentía y hondura de espíritu del autor de «Superrealismo» que, como corresponde a su condición de intelectual, supo estar presente en su puesto e interceder, aún a conciencia de que, con su gesto y actitud, se creaba enemigos.
Respecto al doctor Maestre, entendemos que esta faceta de su laboriosa carrera no debía permanecer olvidada. Su ejemplar campaña ha quedado para siempre en la memoria de Mazarete y – si se nos permite -, en cuantos nos acercamos , curiosamente, a descubrir cuál era el motivo de su celebridad. Ahora, aunque sólo sea por lo aquí expuesto, la encontramos, sinceramente, justa.