PREGON DE LAS FIESTAS DE MONÓVAR 2001
Bona nit. Es un honor per a mi fer el Pregò de les festes d`enguany, per això done les gracies per haver-me proposat.
Felizmente para mí, en este año 2001, he participado en dos actos oficiales, la clausura del centenario de la declaración de Monòvar como ciudad, el pasado 24 de abril, con la reedición del magnífico libro del doctor José Pérez Bernabèu sobre el Monòvar de principio del siglo XX, y este de hoy, en el que tengo la oportunidad de dirigirme a vosotros para abrir las fiestas mayores.
También se ha producido la circunstancia este año del centenario, de haberse descubierto, por las investigaciones de Rafael Poveda, que mi bisabuelo el doctor Arturo Cerdà Rico fue monovero y además creador de una extensa obra fotográfica que constituye un archivo histórico inédito sobre la vida de finales del siglo XIX y principios del XX tanto en Monòvar donde se está trabajando para su publicación, como en Cabra del Santo Cristo (Jaén), la otra ciudad donde vivió, donde su trabajo figura ya en los museos.
Esta serie de circunstancias han reforzado aún más mi vinculación con Monóvar, que empezó hace muchos años. Algunos dicen que no recordar es como no ser; yo sí recuerdo que esta ciudad no es sólo la de mis antepasados, sino que es donde yo pasaba todos los veranos de mi infancia: en casa de mis abuelos, Telesforo Cerdá y Maria Corbí, cerca de aquí, en el numero 137 de la calle Mayor. Para nosotros la vida se limitaba al verano y el mundo a Monóvar. Era una ciudad, en que las mujeres tenían que ir a por agua a las fuentes porque todavía no existía el agua corriente en las casas. Recuerdo que, en la mía, ese trabajo lo hacía habitualmente Carmen García, una mujer que vivió casi toda su vida con nosotros y era uno más de la familia, y a la que veo, como si fuera ahora, caminando por la calle Honda con un cántaro en el costado y otro en la otra mano, hacia la fuente de la calle de la Iglesia, mientras nosotros jugábamos, tan felices. También recuerdo, por las tardes en casa, cómo convertía con sus manos la harina, el aceite y los huevos en una mezcla que amasaba en el «pastaó» y dividièndola en porciones circulares, las llevaba luego al horno que había en el callejón de la Iglesia para cocer, convirtièndolas en las «toñas», con su cumbre blanca de azúcar que tanto nos gustaban de merienda y que transportaba en las tablas aquellas de madera encima de la cabeza. Recuerdo a sus hermanas, Isabel y Remediet, con sus hijos, Luis Vidal, Rafael y Teresita, con los que íbamos a las balsas del Matadero, a pasar el día felices jugando mientras ellas trabajaban.
Muchos años después de aquellas vivencias, comprendí no solo lo feliz que había sido en mi infancia monovera, sino la importancia que tendría en mi vida tener ese almacén interior de sentimientos, guardado por esas imágenes de la memoria, dentro de mi corazón.
Dicen que la infancia es la época de la vida en la que se aprende lo que son los sentimientos y se adquiere la seguridad personal que da el sentirse querido. Pues bien, todo eso es lo que yo viví en Monóvar mucho antes de aprender su significado en los libros. También comprendí a quiénes se lo debía y a costa de qué sacrificios y esfuerzos cotidianos se había podido fabricar toda esa vida de comodidades, despreocupación y felicidad infantil: principalmente a las mujeres de Monóvar, que como las que vivieron cerca de mí dedicaron sus esfuerzos abnegadamente a la crianza de los niños. Y a todas ellas quiero rendir hoy aquí un homenaje y un reconocimiento de gratitud y admiración por su trabajo y dedicación a nosotros.
También recuerdo las fiestas de aquella época: primero las de Santa Bárbara, donde nos invitaban a habas y vino en casa de Luis Vidal y de Reyes; y las verbenas, donde nos pasábamos más de una noche dando vueltas a la ermita sin atrevernos a sacar a ninguna chica a bailar, pensando: «a la siguiente vuelta la saco», y así hasta el día siguiente, sin conseguir vencer la timidez. Luego, en las fiestas de septiembre, con la vaca por las calles y nosotros subidos a las rejas de por aquí, a las que habíamos trepado en cuanto alguien nos advertía que habían sacado ya al toro de Pita en la entrada del pueblo. Y los primeros enamoramientos al son de la Orquesta Chery y los ritmos cubanos de Los Rivero en la terraza del Casino.
Siempre me he sentido muy ligado a este paisaje y a esta ciudad, a la que, año tras año, necesito volver, aunque tal vez nunca me he ido del todo. Quizás no sean las personas quienes eligen el lugar para volver, sino el lugar quien las escoge a ellas, y eso es lo que me ha ocurrido a mí aquí. Cuando volvía, procurando que las vacaciones coincidieran con las fiestas, sentía que me acababa de ir y que todo continuaba en su sitio. Sin embargo, he podido percibir, no solo el desarrollo industrial y económico sino las transformaciones ocurridas en otras muchas facetas. En la vida cultural, la continuidad de las exposiciones de pintura y de los conciertos; los artículos en los sucesivos programas de fiestas, y la natural renovación de las personas que se han ido incorporando a estas actividades. Así, este año, en la tradicional exposición de pintura del Casino, mi amigo el pintor monovero Ramón Molina toma el relevo de los grandes pintores Luis Vidal, Enrique Cosín, Francisco Peiró, etc. , y lo mismo está ocurriendo en las otras actividades. Los años del Rolde literario y del Palera tienen su continuidad en la Monòvar de hoy, como se ha podido seguir en las publicaciones locales editadas en todos estos años. En la vida social, por ejemplo yo sentía mucha alegría cuando leía hace algunos años algún artículo histórico en el programa de Fiestas y lo veía firmado por Remedios Belando, profesora de la Universidad de Alicante. Me acordaba cuando íbamos a comprar chocolate de la «Mare de Deu» a la tienda de su padre Juanito. O cuando tomando un «aigua sivá» en casa de Fabián me comentaba el otro día que su hijo saca adelante una empresa propia con las últimas tecnologías de la informática como herramienta de trabajo. Yo recordaba a su bisabuelo «l`oncle Salvaò», cuando íbamos a por churros. Estos ejemplos de biografías familiares, y muchos otros, son indicadores de los cambios sociales que se han producido en esta ciudad y que expresan el esfuerzo de los monoveros por incorporarse al progreso y al mundo de hoy y a los que hay que reconocer esa capacidad de trabajo que ha transformado a la Monóvar agrícola del pasado en una ciudad industrial del siglo XXI; ya nos dijo Cervantes que la verdadera gloria del ser humano es la gloria del empeño, y eso lo podemos ver bien en Monóvar.
También comprobé las innovaciones en las sucesivas fiestas de septiembre, cómo la alegría popular había montado hace ya años la cabalgata y el desfile de carrozas, cómo la juventud monovera supo crearse un espacio de diversión propio con su estética y su música en los «garitos», que desde hace unos años están incorporados a las actividades habituales de diversión de las fiestas.
Así hemos llegado hasta el momento actual y a día de hoy, cuando hay que abrir un paréntesis en la vida cotidiana para descansar, ver a los amigos y familiares y sobre todo divertirse. La diversión, el gozo de bailar y escuchar música, cuando se participa activamente como protagonista y no como espectador, significa disponer de un espacio interior en que el tiempo está detenido, un abolir las desdichas, crear un instante eterno que perdurará en nuestra memoria. Por eso tenemos que vivir intensamente estas Fiestas que empiezan ahora, y llamo a la participación en los diversos actos del Programa, donde hay cabida para todas las expectativas, desde las religiosas, como la ofrenda y procesión con la Virgen del Remedio, hasta los propiamente festivos, como los conciertos y bailes, así como las diversas competiciones deportivas y espectáculos.
Así pues, monoveros y monoveras: Que paséis unas Felices Fiestas de este año 2001, sin olvidarnos de nuestros ausentes, que ellos saben que les llevamos siempre en nuestro corazón, y sabed que siempre estaremos juntos gritando: ¡VISCA MONÓVER!
ENRIQUE CERDÁ a 6 de septiembre de 2001.