MUJER MONOVERA

MUJER MONOVERA

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A mi madre, a mi mujer y a mis hijas

Me gustaría hacer un canto a la mujer, pero me temo que llego tarde, muy tarde. Ya lo han hecho otros desde el primer día de la Creación. Lo han hecho los más grandes maestros del arte desde tiempo inmemorial; lo han hecho ya los más ilustres músicos, poetas y narradores. Pero yo no me detengo, porque llevo dentro de mí el impulso, el nervio que no me deja, esa impaciencia de sacar al exterior el sentimiento que forma una mezcla de admiración y de gratitud.

Lo habrán dicho otros, y lo habrán repetido hasta la saciedad; incluso lo habrán dicho con las mejores palabras. No es una coincidencia, sino una realidad absoluta: La mujer es lo más perfecto que Dios hizo. Y la dotó de la más absoluta belleza que en el universo existe. Y la colmó de dones y virtudes. La mujer es la sensibilidad, la ternura, la emoción, la dicha, la esperanza y el anhelo. También es el desvelo, la atracción, la tentación. La mujer es el origen y la llamada, la cálida recepción, el ansiado regreso. La mujer es la cuna, el alimento, la proyección. Es el seno de donde se sale y al que siempre se retorna.

La mujer es la madre cuidadosa y tierna que te acuna, te asea con esmero, te enseña con paciencia y con dulzura. Ella hace una apuesta decidida por ti, te conoce como nadie y sabe siempre lo que te ocurre, lo que te conviene y lo que hay que hacer en cada momento. La mujer es la esposa que te espera, la compañera que comparte su vida con la tuya, el proyecto compartido, el anhelo de cada encuentro, el palpitar del corazón. La mujer es la hija en la que te proyectas hacia el futuro, en la que depositas trozos personales de esperanza, tu especial retorno a la juventud, tu obra más acabada y esmerada.

No es esta una visión machista de la vida ni una concepción del matriarcado social. Es, primero, un desbordamiento de mis sentimientos; y, luego, el afloramiento de una realidad perenne que se plasma, a Dios gracias, en nuestro entorno más entrañable y más querido.

Y es en Monóvar donde la Providencia se fijó, con especial esmero, para que esa ternura, esa simpatía y esa donosura, se marcara a fuego en la figura interna y externa, de la mujer. Todos los artistas y escritores del lugar lo han resaltado, poniendo un énfasis sin igual. La mujer monovera es hacendosa, hermosa, maravillosa. Dejar de decirlo, aunque sea una vez más, sería faltar a la verdad más patente. Esta mujer, bajo el manto de la Virgen del Remedio y con el traje típico más precioso del mundo, es la más destacada seña de identidad de Monóvar.

Marcial Poveda Peñataro

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