La dichosa campanita
Amador Navarro Tortosa
Sr. Director:
Estoy empezando a estar hasta la coronilla de la molesta campanita que el clero ha colocado, dudo que de buena fe, en la nueva iglesia de Santiago que adorna nuestro barrio y que se pasa el santo día dale que te pego desde las muypocas de la madrugada, no acierto a descubrir con qué oscuras pretensiones
Antiguamente no digo yo que no tuviera su función. Recuerdo o me imagino aquella bella estampa del hombre tras el mulo escuchando el primer toque desde la lejanía y maldiciendo quizás más para afuera que para adentro: «¡Mecachis en la mar! Ya no llego». O a las mujeres en el lavadero, siempre de cháchara, comentando el de difuntos: «¿Qué qui s´ha mort, Marieta?. – La filla de Sento el del carriló. -¿Eixa que era tan primeta? – No som ningú, tia Remedios… Entonces, como digo, puede que sí tuviese sentido, pero hoy en día cualquier feligrés de bien, con tan solo mirar a la pared, a su muñeca, al ordenador, al video, al móvil, o incluso al microhondas sabe que le quedan justos diez minutos para coger el rosario de su madre y salir cortando. Además aquí, en este barrio de La Albufereta, donde apenas nos conocemos los vecinos en cada escalera, y donde la mayoría de las veces que tocan a muerto te pillan, de fijo, en la piscina y, claro, no te vas a poner a santiguar allí, dígame usted para qué hace falta una campana.
Pero ahí está, inamovible ya, supongo que per sécula seculorum, como la bandera de un fuerte recién conquistado para que, fieles o infieles, tengamos siempre presente que las pautas de la vida diaria las marca al grito seguramente de «salvados por la campana de Santiago y cierra España» un curita pretencioso carente sin duda de la humildad necesaria para ejercer «como Dios manda» su magisterio.
Y digo yo que es éste asunto tan delicado que no debiera quedar sin una respuesta adecuada. Tenemos que estar despiertos porque integristas haylos, acechando, de todos los colores y no hay más que echarle un simple repaso a nuestra historia para temer que al menor síntoma de debilidad capaces son de colocar un altavoz junto a la campana y obligarnos a escuchar misa en estereo, música sacra todo el día, e incluso requerir a los bañistas cuando se les antoje. «Oye tú, guapa, haz el favor de taparte que se te ve todo». Y eso si que no. Debemos coger el toro por los cuernos, elaborar una estrategia, unirnos… No todo está perdido todavía. Podemos crear una Asociación de damnificados por el badajo de Santiago, podemos decretar huelga indefinida de asistencia a los cultos de esta parroquia, podemos convocar una manifestación pacífica en la puerta de la iglesia, como las que se montan los americanos, que se ponen a dar vueltas a la redonda en silencio y portando una pancarta cada uno, con consignas tales como: «Abajo el badajo», «El clero al tostadero», o «Santiago, calla, que el pueblo está en la playa». Todo menos dejarnos pisotear nuestra preciada intimidad. Convecinos, algo habrá que hacer si persisten las provocaciones. Tenemos un problema.